Este martes 28 de Septiembre de 2010, Guillermo Quartucci, el profesor que protagonizó una fuga de leyenda en 1976 del puesto caminero de Jacinto Arauz, estará a partir de las 9 frente al Tribunal Oral Federal de Santa Rosa. Fue el único secuestrado que logró fugarse de La Pampa, al menos durante la dictadura militar. Estuvo caminando seis días hasta llegar a Bahía Blanca y finalmente exiliarse en México.
El miércoles 14 de julio, apenas comenzada la fría mañana, se produjo el operativo conjunto entre el Ejército, la policía provincial y la Federal en el pueblo. Unos doscientos uniformados lo rodearon, se dirigieron al Instituto José Ingenieros para detener a los “sospechosos” acusados de haber violado la Ley 20.840 sobre actos de subversión y allanaron las viviendas de más de diez docentes y alumnos. El rector Carlos Samprón y los docentes Guillermo Quartucci, Angel Alvarez y Víctor Pozo Grados fueron detenidos mientras daban clase. Varios soldados ingresaron con armas a las aulas y los esposaron delante de los alumnos. Los subieron a un vehículo, les vendaron los ojos y los trasladaron primero a la comisaría y luego, durante esa misma mañana, al puesto caminero, ubicado a unos mil metros de la entrada del pueblo, sobre la ruta 35.
En el puesto caminero los prisioneros fueron reducidos e interrogados, algunos con aplicación de picana, como Carlos Samprón, Angel Alvarez, Víctor Pozo Grados y el mecánico Samuel Bertón. En ese lugar, mientras los detenidos ilegales esperaban atados y encapuchados por el “interrogatorio“, Quartucci alcanzó a escapar.
Según el libro “El Informe 14“, de Quartucci los militares indicaban que había logrado escapar mientras se encontraba “esposado, lo que demuestra su peligrosidad y habilidad”, se lo tildaba de “elemento de izquierda” y se hacía un curioso perfil sobre su actividad: “Viaja desde Bahía Blanca lo que demanda un gasto 70 al 80 por ciento de lo que percibe mensualmente en el instituto, debiendo además abonar una pensión en Arauz por los días que permanece dictando sus cátedras, estas circunstancias llaman poderosamente la atención por cuanto se deduce que no obtiene ningún beneficio económico por el dictado de sus clases lo que da la pauta que esta actividad es un escudo de ocultamiento de los verdaderos fines que persigue”.
Los periodistas Norberto Asquini y Juan Carlos Pumilla, en su libro “El Informe 14“, recordaron que Quartucci estudió Letras en la Universidad del Sur en Bahía Blanca. Egresó en el ’68 y en 1975 estuvo en Japón invitado por la Universidad de Tokio. Cuando regresó se encontró cesanteado por la intervención del fascista Remus Tetu. Surgió entonces la posibilidad de irse a México para un posgrado en estudios japoneses con una beca de tres años a partir de septiembre del ’76. Mientras esperaba, le ofrecieron, en marzo, dar clases en el Instituto de Jacinto Arauz hasta julio. El director era Carlos Samprón, a quien conocía de un colegio secundario bahiense. Quartucci viajaba desde Bahía Blanca entre miércoles y viernes, para no gastar en una pensión el magro sueldo que recibía y se quedaba en la casa de los Samprón. Pero el 14 de julio del ’76 un operativo copó el pueblo y los militares detuvieron a docentes del Instituto José Ingenieros. Ese miércoles, Quartucci llegó al pueblo en un ómnibus para dar su primera clase del día y se enteró que habían llegado militares. A las 11 entró al aula del tercer año y apenas comenzó la clase entraron dos soldados con armas largas que lo sacaron a los empujones. En el pasillo lo pusieron contra la pared y lo palparon de armas. Luego lo llevaron a un vehículo con la inscripción Gobernación de La Pampa en la puerta. Allí, un uniformado le sacó los anteojos, los guardó en el bolsillo del gamulán, le colocó una venda de toalla en los ojos y le ató las manos por detrás con la bufanda. Fue trasladado hasta la comisaría y recluido en una habitación. Quartucci contó que “luego entró un sujeto que empezó a interrogarme, al principio de manera amable, pero que fue subiendo el volumen hasta empezó a golpearme y a darme puñetazos muy violentos en la cabeza y el estómago, y hasta desenfundó una pistola cuyo caño me lo pasó repetidamente por la cabeza y la cara. La situación se prolongó por varios minutos que se me hicieron interminables. El individuo tenía muchísima información sobre mí, además de hablar con corrección y desenvoltura, lo que evidenciaba su preparación y la buena educación recibida. Le interesaba especialmente mi actuación en la UNS y mi relación con Samprón, acreditado allí como un ‘peligroso marxista’“. El docente no habló y lo llevaron a otra habitación. Allí hubo otro interrogatorio, pero sin violencia. “Después, me dijeron que tenía que firmar mi declaración de varias hojas a máquina, para lo cual me sacaron la venda. Plagada de falsos dichos, estaba obviamente diseñada para incriminarme como ‘subversivo’ y ‘comunista'”. Lo volvieron a vendar y lo metieron en un calabozo. “Nunca se me requisó el dinero, ni la documentación, ni el manojo de llaves que tenía en el bolsillo del pantalón, ni el reloj”.
-Allí fue llevado al Puesto Caminero. ¿Qué recuerda de esos momentos? ¿Sufrió torturas?
-Después de la comisaría me subieron a un vehículo. “Con este llevamos cuatro”, informó el conductor por la radio. Me sentó en la cabina delantera junto a él y a alguien que también había sido secuestrado. Echó a andar a toda velocidad. En un momento le pedí que me sacara la venda por el escozor en los ojos. Me dijo: “Para qué, si dentro de un rato te la va sacar San Pedro”. Entonces que me di cuenta de que el nuestro era un camino sin retorno. Llegamos donde años después supe que era el Puesto Caminero de la ruta 35. Allí nos metieron en un cuarto. Desde una habitación vecina, llegaban las voces de por lo menos tres personas que decían enfáticamente: “Ahora, cuando llegue el ‘Gringo’, van a saber lo que es bueno estos zurdos“, y todos festejaban con carcajadas. Fue ahí cuando pensé que la alternativa, con todo el riesgo que significaba, era escaparme o morir. Además, el hecho de que me hubieran dejado los lentes en el bolsillo del gamulán y todos los efectos personales encima, reafirmaba mi conclusión de que nos iban a aplicar la “ley de fuga”. Yo era muy delgado entonces: pesaba sólo 65 kilos. Mis manos eran chicas, por lo que no me costó quitarme la esposa de la mano izquierda. Salió limpiecita, sin un rasguño. Rápido, me levanté un poco la venda y me puse los lentes para ver a mi alrededor. Estábamos en un cuarto en penumbras, sólo iluminado, a través de la puerta, por la luz de la habitación contigua. En la pared de la derecha estaba sentado el docente Alvarez; en la de la izquierda, Samprón, ambos maniatados y vendados, y frente a mí, oculto por una mesa, alguien a quien no podía ver, pero años después supe que era el pastor valdense Gerardo Nansen.
-¿Cómo logró escapar?
-Junto a mí había una puerta cerrada. Tanteé el picaporte y ví que se abría hacia un pasillo. Yo podía ver perfectamente favorecido por la oscuridad. Años después, leí las declaraciones del entonces comisionado de Arauz, Adolfo Forestier, en el sentido de que además de esposado, vendado y con todos mis efectos personales encima, estábamos encerrados con candado. ¿Quién le dijo a él estas cosas? ¿Lo mantenían al tanto de sus movimientos los represores? ¿Hizo algo como intendente para proteger a gente de su comunidad? Tan no fue verdad que estábamos bajo candado, que cuando se escuchó un vehículo que se acercaba y las voces empezaron a gritar que era el “Gringo” que venía a fusilarnos, decidí que había llegado el momento de escaparme: me puse de pie, abrí la puerta, atravesé un pasillo, me metí en una habitación vacía, abrí la ventana que daba al campo, y me escapé. Mi objetivo, aunque en ese momento pareciera descabellado, era llegar a algún lugar para contar lo que había sucedido y evitar que fusilaran a los demás. Eran exactamente las 9 de la noche. Corrí hasta que me tragó la oscuridad. Al cabo de un buen rato, casi sin aliento, me paré para orientarme y, por la Cruz del Sur, supe hacia dónde estaba Bahía Blanca. Ni se me ocurrió ir hacia Arauz, pues durante el interrogatorio me había dado cuenta que habíamos sido entregados por gente del pueblo.
-¿Cómo fue el periplo hasta Bahía Blanca?
-No voy a hablar de mi travesía de seis noches hacia Bahía porque eso lo relataré en el libro que estoy preparando. Sabía que sería una locura caminar por la ruta, por lo que la primera noche decidí hacerlo por las vías del tren, que van paralelas. Ahí fue cuando logré sacarme la esposa de la mano derecha, no sin trabajo: me salió sangre. La segunda noche abandoné las vías y me metí a un camino local de tierra. Vi entonces que se acercaban dos vehículos, en el de adelante iban dos soldados con un faro en el techo que apuntaba incesantemente en todas direcciones. Era obvio que me estaban buscando. Me zambullí en una zanja y pasaron junto a mí, sin percatarse de que yo estaba agazapado. La tercera noche pasé por un mal momento, pues, muerto de la sed como estaba, cuando oí agua que corría, me precipité a beber, pero me caí desde una barranca al cauce de agua del que después supe era el Sauce Chico, cerca de la 35, en el Paraje Choiqué. Quedé empapado y hacía mucho frío. Seguramente me enfermaría. En un caserío cercano había una casa con las luces encendidas. Desesperado, golpeé a la puerta. Había dos matrimonios festejando frente a una mesa rebosante de comida y botellas. Se quedaron perplejos ante lo que supongo era la aparición de un ser que parecía salido de las cavernas. Me dijeron con franqueza que habían pasado militares preguntando por un fugitivo y que los comprometía. Me ofrecieron comida, pero sólo acepté una botella de agua pues tenía el estómago completamente cerrado. Seguí mi camino a pie. Así fue como finalmente llegué a Bahía el martes 20 de julio, como a las 2 de la mañana y con 7 kilos menos de peso.
-¿Lo fueron a buscar allí otras fuerzas de seguridad?
-A la casa de mis padres fueron a buscarme tres policías de Bahía. Mi hermano, que en ese momento estaba allí, los conocía, era una persona bastante apreciada por trabajar en un banco muy popular. Se portaron con mucha corrección, pero dejaron una guardia permanente. A un conocido de mi familia lo secuestraron y lo mantuvieron desaparecido durante una semana. El que sí fue terrible fue el operativo que se montó en la cuadra de mi hermano, que fue cerrada. Se hizo a las dos de la mañana, con un gran despliegue de fuerzas militares que rodearon la casa, incluso colándose por los techos de las casas vecinas. Intentaron derribar la puerta de entrada, pero mi hermano les abrió. Hubo amenazas con pistolas y armas largas, con lujo de violencia. Ni mis padres ni mi hermano sabían dónde estaba yo. En realidad, con lo que sucedía en esos momentos en el país, todos pensaron que me habían desaparecido. Yo, mientras tanto, estaba escondido en un lugar de Bahía donde jamás podrían encontrarme. El 22 de julio supe por La Nueva Provincia que mis compañeros habían sido “blanqueados” y yo estaba prófugo. Y me puse a pensar en cómo llegar a México. Pero esa es otra historia. Sin lugar a dudas tuvo un final afortunado, pues el 16 de septiembre, luego de pasar en Argentina por una serie de situaciones que ni yo ahora me las creo, por lo inverosímiles y arriesgadas, aterrizaba en el aeropuerto internacional de la Ciudad de México, donde me esperaban con la beca.
-¿Pudo regresar alguna vez a Jacinto Arauz o charlar con sus ex compañeros?
-Pasaron más de 30 años desde aquel operativo de pesadilla que nos marcó a fuego, a todos. Yo estaba de paso, pero mis colegas se habían entregado con todo entusiasmo a trabajar por la comunidad. Samprón era un director de lujo para un pueblo de miras muy estrechas. Su “pecado” como rector, y el de nosotros que lo secundábamos, fue introducir la novedad de la autodisciplina y el fomento del pensamiento crítico entre los estudiantes. En un medio cerrado y mezquino como aquel, donde los foráneos eran objeto inmediato de sospechas, nuestra presencia molestaba y fuimos los “subversivos” para el grupo de “cruzados” -encabezados por la directora de la escuela primaria-. A Arauz viajé de incógnito en una ocasión en el 2000, para volver a ver con mis propios ojos el escenario de los sucesos del ‘76. Me llevaron en auto desde Bahía, y recorrimos pausadamente los lugares cercanos a la Ruta 35 y el pueblo. En 2004, después de toparme en Internet con la Causa de la Subzona 14 reabierta, viajé a Argentina para dar mi declaración y me puse en contacto con una persona de Arauz. Noté cierta reticencia de su parte, lo cual me pareció natural, dado que sobre mi “presunta” fuga se habían difundido varias versiones, originadas sin duda en los mismos represores y en quienes nos habían entregado. De lo que se trataba era de “salvar la cara” frente a la total ineptitud con que manejaron el caso. Estas versiones pretendían poco menos que hacerme responsable de la suerte corrida por mis colegas y del operativo posterior a mi fuga que significó el allanamiento ilegal de casi todas las casas del pueblo. También en agosto de 2004 visité por primera vez en casi treinta años a Samprón, quien me habló de la terrible paliza y torturas que sufrieron, después de mi fuga, a manos de la patota encabezada por el “Gringo”. “Se volvieron locos“, me dijo. Quartucci contó además que mientras estuvo radicado en México lo esperaba en Japón una beca de tres años en literatura japonesa tramitada mucho antes de ocurridos los hechos de Jacinto Arauz. El docente indicó que “a fines de septiembre de 1976, instalado ya en Ciudad de México, llegó a mi domicilio de Bahía Blanca una carta fechada el 24 de ese mes enviada desde el Instituto José Ingenieros, firmada por Aldo Idoeta, representante legal de la escuela, donde se me informaba que por la aplicación de la ley 21.381 quedaba inhabilitado para trabajar en la docencia privada. La carta era acompañada por la resolución, fechada en Buenos Aires el 14 de septiembre, y firmada por el contralmirante (Enrique) Carranza, delegado militar ante el Ministerio de Cultura y Educación de la Nación. ¡Estaban despidiendo a un desaparecido!”. En 1980, el especialista en literatura japonesa viajó hasta Japón para hacer un curso. Hasta allí fue perseguido por la dictadura militar argentina que no había logrado atraparlo. Quartucci relató a los autores: “Durante los ocho años de la dictadura no puse un pie en Argentina. En el exterior, no todo fue fácil: también allí me persiguieron, en 1980 y nada menos que en Japón. La Embajada Argentina pidió mi extradición al gobierno japonés. El embajador argentino entonces era el teniente coronel Carlos Jaime Fraguío“.
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