Vivencias de un pampeano que no pudo pasar al Uruguay y se quedó en esta costa con su versos.
Nació y creció en Jacinto Aráuz. Se reconoce a si mismo como un hombre andariego que, guiándose por sus impulsos de peregrinar, a sus 40 años decidió “hacer unas andanzas por el Uruguay”. Preparó tres caballos que le facilitó un amigo, y cargando con lo necesario, llegó a tierras entrerrianas. Su intención de cruzar al país vecino se vio frustrada por problemas aduaneros y por otros de salud, que lo obligaron a permanecer un tiempo más en Entre Ríos.
-Y el tiempo pasó… – dice Don Augusto mirando al cielo como buscando allí sus recuerdos.
En el ’92, en un campo sobre la ruta al Ñandubaysal, improvisó un rancho con algunas chapas y tarimas que unió con alambres. Ese precario rancho, que con suerte llega al metro y medio de altura es, hasta el día de hoy, su único refugio. Allí se lo puede encontrar, debajo de un espinillo abrazando a una guitarra, guasqueando o escribiendo coplas.”
En la actualidad tiene 74 años, vive en un rancho cerca de Gualeguaychú, con una guitarra, sus versos y miles de recuerdos.
Pueblo Belgrano es un pequeño poblado del Departamento Gualeguaychú donde abundan casas de fin de semana. Cercano, semioculto entre matorrales, hay un ranchito precario donde mora un gaucho, un poeta solitario.
“Juiiiraa”, se oye al hombre, que contiene a la perrada. Augusto Romero sale al encuentro del visitante. Se emprolija la bombacha de campo oscura y sucia, mira encandilado y grita: “Pase, pase”.
El sendero lleva a un patio en el que se amontonan postes de alambrados, hierros viejos, una silla sin respaldo. El fogón es un pozo donde humean cartones y trozos de madera. Trece perros flacos duermen al sol de la siesta.
El gaucho ofrece la silla, y cuenta que es oriundo de Jacinto Aráuz, población rural de La Pampa, donde nació. Hacia 1980 rumbeó con su tropilla hacia la costa del río Uruguay. “Quería cruzar a la Banda Oriental para dar mi homenaje criollo a José Gervasio Artigas, como descendiente de uruguayos, y a José de San Martín, como argentino”, evoca Romero.
Compadrea acerca de sus habilidades de domador, y sigue: “Pensaba quedarme en la otra banda”. Pero su viaje terminó cuando las autoridades aduaneras cerraron el paso para sus caballos sin carta de porte ni papeles sanitarios.
El veterano jinete parece escapar de algo que prefiere callar. Elude cualquier explicación sobre porqué nunca regresó a La Pampa.
Sí cuenta que trabajó un tiempo en alguna estancia cercana a Gualeguaychú, y que luego vagó asentando campamentos en pastizales cercanos al sitio donde, desde hace 20 años, tiene su rancho. Se fue haciendo de perros para cazar y la guitarra lo ayudó a juntar unas monedas.
La Andrea. Romero habla sin interrupciones, como quien desahoga su soledad. De un portafolio de cuero negro sin manija saca papeles con sus versos, la factura de la guitarra que compró hace un año y unas pocas fotos.
Cuenta sus proyectos: “Como yo siempre le digo a la Andrea, esto es un pasaje –extiende su brazo y señala su casa–; el año que viene voy a cambiar la vida, voy a buscar una casa buena para que puedan venir mis hermanos, mis familiares o cualquier amigo que quiera venir”.
La imagen y el nombre de una mujer llenan sus cavilaciones. “Yo ahora me encuentro viejo y no tengo hijos, no tengo nada. Lo que no puedo hacer por un hijo lo hago por ella”. La palabra Andrea es un eco repetido entre los labios agrietados.
Dice que la ha conocido en el Ñandubaysal, a poca distancia de su rancho. Romero suele llegarse por ahí con su guitarra.
Canta para los turistas y, por unos pesos, les vende fotocopias de sus canciones y poemas.
“La virtud más grande que me ha dado Dios es saber cómo escribirles versos a las muchachas”, larga con sonrisa pícara.
“En el balneario tengo mucho pique; muchacha a la que yo le canto, se pone contenta y me saca fotos; si andarán fotos mías por todo el mundo”, se enorgullece.
Andrea trabajaba en el balneario, y ahí se hizo muy amiga de Romero. Es tanto el cariño que le tomó Augusto que le regaló su vieja guitarra.
Cuenta su sueño: “Yo quiero que sea profesora de Música. Si aprende a tocar, le voy a hacer un trajecito, una blusa, una corralera y un gorrito; le voy a dar mis versos, voy a llamar a un periodista y la voy a hacer famosa. Es tan buena esa chica”. Muestra un extenso poema: “A tu hermoso nombre, Andrea”,
Augusto empuña su guitarra y comenta en un susurro: “El amor me llevó más para el mal que para el bien. Estoy solo pero la vida mía es libre, libre, libre”.
Ya crecen las sombras de la tarde. Tal vez por eso, Augusto Romero puntea un aire sureño en sol menor.
De a pie con el doctor Favaloro
Entre los fragmentos de su historia, Augusto Romero cuenta que su padre dejó el campo y buscó conchabo en otra parte, cuando él era un adolescente.
Muestra una foto ajada y rememora, casi sin aliento: “Yo me quedé en la campaña. Esta fue la casa de la finada de mi abuela; allí nací y me crié, y allí llegaban muchas mujeres a tener familia. Recuerdo que una vez una parturienta se descompuso. Estaba muy mal y mi abuela me mandó que buscara al doctor René Favaloro, quien supo trabajar en Jacinto Aráuz. El doctor se vino de a pie conmigo, por los caminos rurales, hasta la casa de mi abuela, donde atendió a esa mujer y le salvó la vida”.
Tributo a un “gaucho vivo” desde el rock
Ricardo Iorio, cantante del grupo de rock Almafuerte, conoció a Augusto Romero hacia fines del siglo pasado durante una estadía en Gualeguaychú. “Vi un gaucho vivo y me arrimé a saludarlo”, dice la letra de “Homenaje”, el tema que el roquero compuso sobre Romero.
Homenaje a Augusto Romero
Ñandubayzal en Entre Ríos
Gualeguaychú suburbano.
Donde mi vagar halló destino
Maestro amigo y hermano; sí.
Rancho plantau junto al camino
que va hacia el río curveando.
Pasión de santos, vi un gaucho vivo
y me arrimé a saludarlo.
Mucha riqueza adquirí al conocerle
graves decires de aguda intuición.
Como no cantarle a la honra de un jinete
exponente vivo de la tradición
eslabón perdido.
Si te mandas por ser quien siente
que no te gane el espanto.
Muchos se van a otros países
buscando un gurú o un algo.
Si lo encontrás quisiera le recuerdes.
que yo le canto con toda mi voz.
y esta guitarra soleando pretende
decirte amigo soy contigo
Augusto Romero voy a vos.
Si lo encontrás quisiera le recuerdes.
que yo le canto con toda mi voz.
y es la guitarra del Tano que pretende
decirte amigo, voy a vos.
Mucha riqueza adquirí al conocerle
graves decires de aguda intuición.
Como no cantarle a la honra de un jinete
exponente vivo de la tradición
eslabón perdido.
Ñandubayzal en Entre Ríos
Gualeguaychú suburbano.
Ricardo Iorio – Almafuerte
Augusto le devolvió la gentileza y le dedicó “Corazón de oro”, y compartió el escenario con Almafuerte durante un recital de la banda en el club Flores.
a Ricardo Iorio:
Corazon de oro (Augusto Romero)
Amigo que un dia, llegastes a mi rancho
por algun designio, o mandato de dios
Astro indiscutido, y muy venerado
por quienes adoran, a un astro del rock.
Alli, cuantas veces, puede acompañarnos
rodeando las brazas, de un triste fogon.
que aunque eres rockero, llevas en tu pecho
un gaucho tremendo en tu corazon.
Estribillo:
Ricardito iorio, astro de los grandes
corazon de oro, te bautizo yo
Lo que muchos gauchos, no pudieron darme
en mi pobre rancho, me lo diste vos.
Y en ese homenaje, que tu me brindastes
con tu bien ganada, popularidad
siendo yo un pequeño, payador errante
lo hiicste con toda, generosidad.
Y sin bota de potro, chambergo, culero
espuelas, ni rastras bombacha o facon
yo, le grito al mundo, con toda mi furza
que hay un gaucho grande, en tu corazon.
Estribillo:
Ricardito iorio, astro de los grandes
corazon de oro: te bautizo yo
Lo que muchos gauchos, no pudieron darme
en mi pobre rancho, me lo diste vos
(Marie Zapata – Diario Uno)
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